lunes, 25 de octubre de 2010

COLUMNA: Palco de Prensa

* Los reyecitos
Por Gilberto Lavenánt

Las rivalidades que se están observando, entre el Gobernador José Guadalupe Osuna Millán y los legisladores locales, en su mayoría priístas, obligan a recordar viejas discusiones, ancestrales, sobre el uso y alcances del poder público.
El poder público, tiene, en el individuo que lo ostenta, un efecto más devastador que el amor o el dinero. Individuos sencillos, modestos, generosos, comprensivos, atentos, una vez que asumen el poder público, se transforman radicalmente. Se hacen soberbios, irracibles, mandones. Actuan como si fuesen reyecitos, o mejor dicho, como caciques.

Esto es un tanto comprensible o entendible, aunque no justificable. Despojarse de la investidura de simples ciudadanos, para convertirse en jefes de numerosas personas, en mandones, en tener a su alcance la disposición de valiosos recursos, casi como ser dueños o jefes de enormes empresas, cual si fuesen los hombres, o mujeres, más ricos del mundo. Cualquiera se marea. No cualquiera lo soporta o lo digiere. Esto se llama levitar, se elevan, pierden el piso y ven pequeños a todos los que les rodean.

Antiguamente, las comunidades eran gobernadas por un solo hombre, con un poder absoluto. Se les llamaba reyes, monarcas o emperadores y en algunos casos dictadores. Tenían la facultad de gobernar, pero además la de crear leyes, así como la de aplicarlas, juzgando y castigando a quienes no acataban sus deseos, ordenes o decretos. Eran absolutos, porque no dependían de nadie. Su poderío era avalado por la iglesia, que hacia constar que dichos individuos eran representantes de Dios y por lo tanto sus poderes eran divinos. Precisamente por ello todos se sometían y nadie los contravenía, pues era tanto como faltarle el respeto a la divinidad.

Aunque los excesos de ese tipo de individuos, llevó a dividir el poder público que ostentaban que ostentaban, distribuyendo cada una de esas partes entre varias personas, la verdad es que, en nuestro país, a 200 años de independencia y 100 de la Revolución Mexicana, aún sigue prevaleciendo el espíritu imperialista. En México, el gobierno es tripartita, dividido en tres poderes, el ejecutivo, encargado de la administración pública y la prestación de servicios, el legislativo, encargado de crear leyes, y el judicial, encargado de administrar la justicia, aplicando las leyes para resolver conflictos en los tribunales.

Básicamente, el espíritu imperial, se refleja en los encargados o jefes del poder ejecutivo, a los tres niveles de gobierno, que actúan como reyecitos o pequeños monarcas, emperadores o dictadores. Llámese Presidente de la República, a nivel nacional, Gobernador, a nivel estatal, y Alcalde, a nivel municipal.

Sienten y actúan, como si tuviesen poderes absolutos y fuesen los dueños de bienes y vidas de los gobernados. Son como semidioses, como monarcas o emperadores. A donde van, están rodeados de un enorme séquito, integrado por guardias, auxiliares, edecanes. Los simples ciudadanos, no pueden acercarse a ellos. Deben descubrirse la cabeza y prácticamente ponerse de rodillas a su paso. Agachar la cabeza, pues verles de frente resulta ser una osadía, casi una ofensa.

Pero veamos esto en el plano local. En un ejercicio aritmético básico, elemental, cualquiera, hasta un niño, sabe que 1 es menos que 25. Por supuesto. Solo que en política, no caben estas comparaciones aritméticas, pues resultan absurdas. Políticamente hablando, y específicamente tratándose de poderes políticos, estos son iguales, tienen el mismo valor, aunque con facultades distintas. Por ello la división de poderes. Por eso se habla de pesos y contrapesos, pues se trata de evitar los poderes absolutos en un solo individuo.

Sin embargo, aparentemente y por costumbre, se considera que 1 es más que 25. Esto es, que el Gobernador, una sola persona, en quien recae el poder ejecutivo, tiene mayor poder que los 25 diputados que integran el poder legislativo. Dicho en palabras populares, que el Gobernador es más chingón que los legisladores. Aparentemente, pero no es así.

Si bien es cierto que el Gobernador, siendo uno solo, es el jefe político de la entidad, es quien la representa, quien recauda los impuestos y los gasta, no tiene un poder absoluto. Si se revisa la Constitución local y se observan cada una de las facultades del poder legislativo o del judicial, éstas son muy amplias y distintas que las del Gobernador y que incluso inciden en la actuación de éste.

Las facultades de los legisladores, no son solo las de crear o reformar leyes. También fiscalizan el gasto público y actúan como juzgadores en casos de funcionarios deshonestos, retirándoles el fuero, para que sean procesados como simples hijos de vecino. Designan al Gobernador sustituto, delimitan la actuación del Gobernador, pues le facultan para representar a la entidad, para contraer adeudos, además de que aprueban los presupuestos de ingresos y de egresos.

Esto lleva a reconocer que, siendo iguales ambos poderes, el ejecutivo y el legislativo, aunque con distintas funciones, la relación entre ambos debe ser de respeto y cordialidad. No pueden estar como perros y gatos. Aunque aparentemente sea más chingón, el Gobernador que los Legisladores, pronto se dará cuenta que no es así. Es más, lo deberá reconocer en unos días más, cuando solicite que le aprueben los presupuestos de ingresos y egresos para el 2011, o cuando pretenda que le autoricen el mando único policial.

Las actitudes de reyecitos, ya no caben actualmente y no son recomendables. El gobierno de Baja California se divide en tres poderes, y los tres tienen el mismo valor, aunque distintas funciones y facultades. Ninguno está sobre el otro o ninguno se somete al otro. El Gobernador es jefe del poder ejecutivo, pero no es jefe del legislativo, ni del judicial. Está sumamente claro, no hay razón para confusiones.

gil_lavenant@hotmail.com

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